sábado, 8 de agosto de 2009

La ceguera de la administración

http://www.elfaroceutamelilla.es/content/view/37636/143/

Escrito por Septem Nostra

sábado, 01 de agosto de 2009

Sería muy extenso y a lo mejor poco gratificante para los lectores exponer las diferencias entre los conceptos de desorden, caos y anarquía, que suelen ser de manera errónea considerados sinónimos. Tenemos claro que las ideas defendidas por el anarquismo encierran unos valores demasiado valiosos para ser confundidos con el caos o el desorden. Preferimos quedarnos con el término de desorden para sintetizar en una sola palabra la situación que observamos en Ceuta. Esta digresión viene al caso de las últimas noticias, que hemos leído en este mismo medio de comunicación, relacionadas  con la ordenación del territorio y las políticas medioambientales. Entre las primeras, se ha denunciado un movimiento de tierra, aparentemente sin licencia municipal, en las faldas del Hacho; la instalación de una mezquita sin permiso del Ministerio de Defensa ni licencia de obras en el Recinto Sur; así como, la construcción de un edificio de cuatro plantas a la entrada de la calle Sevilla con un simple licencia de obra menor. Si nos pasamos al plano medioambiental, leemos cómo se han producido varios incendios que tienen su causa en la proliferación de vertederos incontrolados o que se ha permitido una fiesta privada, en plena calle, hasta las 5:00 de la madrugada, sin que los vecinos pudieran obtener mediciones de ruido por estar de vacaciones el técnico de la policía que se encarga de este cometido.

El desorden que apreciamos muchos ceutíes y los periodistas parece que se escapa a la visión de la administración autonómica. Desconocemos si el problema de visión es simple miopía o ceguera absoluta. Todo indica que se trata de una deficiencia oftalmológica similar a la narrada por el genial José Saramago, en su obra “Ensayo sobre la ceguera”. Este tipo de ceguera, tal y como describe Saramago, es muy contagiosa, siendo especialmente virulenta en la clase política y en los burócratas. En estos grupos de riesgo la enfermedad adquiere caracteres dramáticos e irreversibles. Solo se consigue ver aquello que aparece impreso sobre un papel que haya entrado en el intrincado mundo de la burocracia tentacular desde un scanner instalado en la planta baja del consistorio. Nada existe si no tiene un sello de registro. A partir de este instante adquiere vida, aunque no le garantiza la supervivencia, ya que corre el peligro de que acabe bajo un montón de congéneres o extraviado en el cajón de los olvidos. Los que consiguen sobrevivir se enfrentar a un ir y venir frenético, de mesa a mesa, de consejería a consejería, en un extraordinario ejercicio de predigistación, cuyo único objetivo consiste en escurrir el bulto y endosarle el muerto al menos espabilado.
El medio más eficaz para sobrevivir en la jungla de la administración es aprender a “elevar” los escritos hasta perderlos de vista lo antes posible. Pero, por encima de todas, la regla más importante es no abandonar el “pomerium”, la frontera sagrada que los separa de la realidad. Tras esta frontera la ceguera es absoluta. Ningún representante de nuestras excelsas autoridades es capaz de ver un minarete de varios metros de altura o la construcción de un piso de cuatro plantas en el Recinto Sur, mucho menos a los responsables de verter residuos en pleno monte, aunque siempre lo hagan en el mismo sitio.
Su reducida visión consigue identificar entre tinieblas las palabras escritas en los periódicos, siempre que se haga sentado en el despacho. El contenido de los medios escritos preocupa a los políticos, llegando a convertirse en su verdadera agenda de trabajo. Cada mañana se repite el mismo ritual: un repaso a la prensa con la esperanza de que no aparezca ninguna noticia que les afecte y, en caso contrario, levantar el teléfono para poner las pilas a los subordinados. Para hacer frente a las denuncias que recogen los medios siempre queda el recurso de declarar que no tienen conocimiento oficial de los hechos o acudir a la vía más cínica de decir que no han leído la prensa. Recordar, queridos lectores, que nada existe si no tiene estampado un sello de registro.
Cuando no les queda más remedio se reúnen en torno a una mesa presidida por el “sumo pontífice” para dar una respuesta consensuada y buscar una solución a los problemas planteados. De una de estas reuniones ha debido salir la idea de endurecer el régimen de sanciones que recogen algunas de las ordenanzas municipales relacionadas con el ámbito medioambiental. La idea, a priori, no parece que esté mal encaminada, si con ellos se pretende disuadir a los habituales transgresores de la ley. Sin embargo, creemos que no se va a conseguir erradicar el problema del incumplimiento sistemático de las ordenanzas medioambientales. La causa de la ineficacia que prevemos en la medida de ampliar la cuantía de las multas tiene mucho que ver con la ceguera de la que venimos hablando en este artículo de opinión.
Fuera de los muros del templo principal habitan una clase aparte de funcionarios que visten de uniforme, gozan de autoridad y capacidad de desplazamiento a cualquier punto de la ciudad. Su capacidad de visión es más amplia, a pesar de que a veces se le nuble la vista momentáneamente o tengan que aplicar una visión selectiva par ano embotar su mente. La priorización de lo que deben  ver y denunciar proviene de sus responsables jerárquicos, quienes estiman que su principal dedicación debe ser regular el tráfico y velar por el orden público. Por eso, no es extraño que muchas denuncias que tienen relación con el incumplimiento de la ordenanza de residuos estriben en aquellos desalmados que tiran un papel al suelo en la vía pública o arrojan un paquete vacío de tabaco por la ventan del automóvil. Tenemos la costumbre de leer el Boletín Oficial de Ceuta todas las semanas y no suele ser frecuente que figure la apertura de expedientes sancionadores por vertidos ilegales. Esto no cambiará hasta que los responsables de la Consejería de medio Ambiente consigan vencer la férrea resistencia del área de Gobernación para atender su reiterada solicitud de contar con un equipo de policita medioambiental. Desde Septem Nostra apoyamos esta legitima y acertada aspiración de la Consejera de Medio Ambiente de contar con “ojos” que vean y lleven a su despacho las señas de los responsables que se dedican a ensuciar nuestros montes, a contaminar nuestras aguas o alterar la paz de nuestros hogares con los ruidos que emiten sin pudor. Creemos en la sinceridad de la Sra. Bel en su intención de actuar contra los infractores de las normativas medioambientales, sólo falta que la apoyen en este fin sus compañeros de gobierno, con el Sr. Presidente a la cabeza.

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