lunes, 14 de septiembre de 2009

El botellón

 

Ha desfilado por los aledaños de los juzgados, por los Baños Árabes, bajos de la Marina, Pedro Lamata, por el monolito del Llano Amarillo, San Antonio, Azcárate, Correos… Ahora, la marcha etílica parece haber tomado la zona del ‘Santo Ángel’. A tope. Dichoso botellón. Es como la hidra mitológica. Renace de todos sus cortes para volver a atacar en cualquier lugar.

Los incidentes de Pozuelo han abierto el debate sobre el comportamiento de los jóvenes en su tiempo libre, la regulación del consumo alegre de alcohol en la calle y la participación de los menores en esos botellones. Veinte detenidos, de ellos siete menores, diez agentes heridos, coches policiales quemados; papeleras, señales, vallas, marquesinas de autobuses destrozadas; barricadas, quema de contenedores y hasta el intento de asalto a una comisaría escalando su muro perimetral, son hechos muy graves como para seguir mirando para otro lado.
No estamos hablando de un lugar marginal. Ha ocurrido en Pozuelo de Alarcón, el municipio con mayor renta per cápita de España. Da igual el perfil socioeconómico de las familias. Es un problema de educación. Así lo ha entendido también el Defensor de la Comunidad de Madrid, para quien este hecho evidencia que el cóctel “menores, alcohol, drogas, violencia y nuevas tecnologías puede ser explosivo”. Reclama a las administraciones una mayor supervisión de estos botellones en los que participan menores y a los padres una “educación en valores” para sus hijos, que pueda evitar que tengamos que  volver a vivir conflictos como éste.
Una excesiva permisividad y una cómoda dejación paterna sobre sus hijos e hijas, cuando no de impotencia por parte de estos progenitores frente a la corriente juvenil dominante, han contribuido a que ese “fenómeno socio – cultural”, como llaman los expertos al botellón, haya derivado en una serie de hábitos cada vez más generalizados, que ahora lamentamos. Porque, claro, si en “pleno subidón”, cualquier agente de la autoridad osa “cortarles el rollo”, pues pasa lo que pasa.
La juventud vive hoy mejor que nunca. Y beber, ha bebido siempre. Pero nunca en las dimensiones actuales. En la mayor parte de los casos la filosofía del botellón no es otra que emborracharse tras una ingesta exagerada de alcohol, cada vez con una mayor graduación, hasta el amanecer.
Es preocupante y revelador que un 24 por ciento de los menores confiese haber protagonizado un “atracón” de alcohol, en 2008, durante más de cuatro días, frente al 17,7 por ciento que así lo declaraba en el mismo mes del año anterior. El dato  es de la ministra de Sanidad en la presentación de una encuesta escolar sobre drogas en la que participaron 30.000 estudiantes, entre los 14 y los 18 años, de centros públicos y privados de Secundaria de todo el país. Mostraba también Trinidad Jiménez al alcohol como la droga más extendida entre los menores, de modo que un 58,5 por ciento confesaba haberlo ingerido en los últimos treinta días.
Algo habrá que hacer en un país como el nuestro en el que mientras el Gobierno la emprende contra el tabaco, lo que me parece muy bien, los jóvenes pululan a sus anchas con el botellón. Y mientras unos ayuntamientos optan por la prohibición total, otros le habilitan recintos. Valga el ejemplo en la vecina provincia gaditana con el botellómetro de la Punta de San Felipe de la capital, célebre por su confictividad, o el del recinto ferial de la Magdalena de San Fernando, en el que el consistorio isleño ubicó el suyo, pero el lugar no ha calado entre los jóvenes.
Y ese es otro problema, cuando estas concentraciones toman alegremente calles y plazas dejando una estela de suciedad vergonzosa y atormentan al prójimo a gritos o a ritmo de ‘bakalao’, esa especie de terrorismo musical aún no tipificado en el código penal, pero terriblemente pernicioso para la salud mental por su insufrible ruido emanado de unas bases rítmicas inspiradas directamente en la maquinaria utilizada por los obreros de la construcción.
¿Botellómetro también en Ceuta? No, gracias. Eso me suena a mirar para otro lado, a dejar que el problema siga creciendo y a quitarse de encima la irritación vecinal. La solución pasa por muchas vertientes en la que las administraciones y las familias deberían comenzar a trabajar de firme para acabar con este problema que no sabemos hasta donde nos puede llevar en nuestro país.
Entre tanto, al menos la paz y el descanso de la ciudadanía deben garantizarse por encima de todo.

Escrito por Ricardo Lacasa

http://www.elfaroceutamelilla.es/content/view/39198/143/