jueves, 8 de octubre de 2009

Sin medidas

 

Paseo bajo las luces amarillentas de la Gran Vía entre coches que pitan desesperadamente sin ningún motivo para ello y niños -apenas adolescentes- que se sientan en sus bancos y se comunican a gritos; gesticulando insistentemente; como si así se entendieran mejor en sus mensajes que nada tienen que ver con los sms de los que tanto gustan. Chiquillería, piensa cualquiera que tenga mi edad. Chiquillería que busca divertirse como lo hicimos todos..., mientras mi mujer me apremia para acelerar el paso y no llegar tarde a la cita.

Cuando volvemos, apenas dos horas después, el paisaje es mas o menos el mismo, pero me llama poderosamente la atención como esos mismos chavales, algunos (muchos) tan jóvenes como para creer todavía en los reyes magos, cargan bolsas de plástico desde un comercio cercano que mantiene, pese a la hora, sus puertas abiertas y la venta de alcohol a todo trapo. Demasiado jóvenes para beber. Demasiada permisividad pese a la información que hoy por hoy se maneja al respecto. Demasiado negocio que vive a consta de tanto higado joven... No se trata de demasiada libertad, sino, más bien, de demasiada dejadez por parte de todos y por encima de todos, por parte de las autoridades pertinentes.
Acabo sobre las 3 de la madrugada del domingo de celebrar mi Santo y mi Cumpleaños (mis padres no se complicaron mucho en buscar el nombre) y cuando regreso a casa, me topo con varios comercios en La Marina que siguen vendiendo sin descanso al goteo constante de jóvenes que buscan en el botellón de los terrenos feriales el lugar que no les corresponde. Música a todo tren, -más fuerte que los que venden los lotes de turrón en la Feria- música mecánica; técno; cansina…Dolorosa para quienes tienen ventanas al lugar y dormitorios amenazados por el calor. Escandalosa al oido de los puretas que nos anclamos en el Pop de los 80 (limpio y cristalino) y no entendemos este insufrible rugir de graves sobre graves, con alguna estrofilla para adornarlos…, y sigue el pum-pum-pum-pum- pum mientras decenas de coches se apilan en los llanos, beben sin reparo, y reparten gritos y bailes según les pille el cuerpo.
Esta constante  degeneración auditiva que cansa, molesta y termina apareciendo como un drama en los vecinos que la sufren, no deja, sin embargo, de ser una auténtica catástrofe para una juventud que muchas noches acaba en los brazos del coma etílico y en las manos del médico de guardia. Una catástrofe que si se quisiera evitar se evitaría con medidas que, sin restringir las libertades de cada cual, significaran el cuidado y la vigilancia de nuestros hijos. Medidas preventivas en el mismo lugar de la cita. Medidas no coactivas, pero si correctivas, por parte de los Cuerpos de Seguridad del Estado y las Policías Locales y de Puerto. Medidas administrativas y legales contra comercios que viven de esta extraña filosofía como es la de beber sin medidas…

Escrito por Chiki

http://www.elfaroceutamelilla.es/content/view/40174/143/