lunes, 12 de septiembre de 2011

Reglamentos, Ordenanzas e interés ciudadano


Del Consejo de Gobierno de ayer se deduce que siguen dando vueltas con las Ordenanzas para tratar de compatibilizar el derecho de los hosteleros a montar en el exterior las terrazas de sus establecimientos, para uso y disfrute de una clientela fumadora y no fumadora que lo demanda de forma mayoritaria y el problema de los ruidos que pueden generarse. Y está muy reciente una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía sobre contaminación acústica de la que algunos han deducido que pueden “prohibir las terrazas de los bares” algo que es imposible porque supondría la ruina para gran parte de los locales y generaría muchas críticas de ciudadanos descontentos. Pero tampoco puede permitirse que cada terraza sea un enclave ruidoso en el que, entre la música y las voces de los clientes ,se genere un auténtico estruendo. Ahora bien , para determinar si el nivel de ruidos es aceptable o no lo es, están los medidores de decibelios que la policía maneja con pericia y la ilicitud del ruido comienza exactamente donde marcan los medidores, ni antes ni después.

El que existan unos horarios estrictos para el volumen musical que tiene que acabar a las doce de la noche en todas partes, atemperándose a partir de esa hora para no perturbar el sueño de los vecinos, es una medida necesaria. Que no siempre se cumple porque esta escribidora, vecina del Paseo de las Palmeras, ha comprobado en vivo y en directo como irrumpen ritmos y decibelios de establecimientos no muy lejanos hasta altas horas de la madrugada, sin ningún tipo de control y eso resulta bastante anárquico y desvirtúa de alguna manera la sentencia condenatoria contra las terrazas, en las que no me puedo creer que el ruido escale el volumen de lo que padecemos los vecinos de las Palmeras, sobre todo los últimos fines de semana o cuando en algún establecimiento se celebra una fiesta. Pero ese estruendo en el caso de mi zona se puede considerar esporádico, mientras que la contaminación acústica que es susceptible de producir una terraza día tras día resulta infinitamente más molesta (siempre y cuando así lo indiquen los medidores y no cuando así lo perciba algún vecino quisquilloso). Y el reto es hacer compatibles los intereses de la hostelería que obtiene buenos ingresos de sus instalaciones exteriores y el derecho al descanso del vecindario, por lo que lo aceptable sería no excederse por ninguna de las partes y que los clientes fueran capaces de no sentirse molestos si los propios camareros les indican en un momento dado que bajen el volumen de las conversaciones. Lógico que el ruego de no hablar pegando voces pueda resultar hiriente para unos tertulianos meridionales, que hemos sido mayoritariamente no-educados en el sentido de que resulta de mala educación el hablar prácticamente a gritos, como es la norma en el resto de Europa con excepción de Italia. De hecho muchos de ustedes habrán comprobado que cuando se está en un bar o en un restaurante digamos de Bruselas, el tono de las conversaciones es una especie de murmullo, como si en lugar de clientes hubieran moscardones, porque si alguien se pone a gritar sencillamente le echan del local. De ahí que resulte consolador que aquí mismo, en Ceuta, algunas cafeterías luzcan una pegatina de “Espacio sin ruidos” que es una especie de invitación a la moderación a la hora de reunirse a charlar en torno a las mesas. Y la gente lo cumple sin ofenderse, lo que denota que con discretas indicaciones todos somos capaces de poner de nuestra parte para hacer más fácil la convivencia. Ahora bien, lo que es evidente es que a no ser que se viva en un chalet y apartados del mundanal ruido, el sonido de la calle “existe” y cualquier terraza genera murmullo de conversaciones, algo que es inevitable y que si no excede lo reglamentado es absolutamente legal, como legal es, a pesar de muchos o de la mayoría, el ruido que genera el tráfico, los motores de los coches, los acelerones de las motos, los camiones y más aún el atronador camión de la basura y los autobuses. Por no hablar de los prohibidísimos coches-discotecas que a veces logran hurtarse a las sanciones policiales y pasan escandalizando con su pachanguéo calorro-macarra, hasta que les paran. Vivimos en una sociedad ruidosa, por las aceras los ciudadanos hablan a gritos por los móviles, en las terrazas de los bares muchas veces se topa con niños que lloran o chillan, el comunicarnos a voces parece formar parte de la idiosincrasia ibérica y los extranjeros nos achacan ese comportamiento como una especie de seña de identidad. Así la fama la tenemos bien merecida. Aunque toda sociedad evoluciona en el terreno educativo y va ganando en civismo y en educación ciudadana. ¿O es que hace veinte años alguien nos iba a convencer de que sería obligatorio el “reciclar” la basura? En absoluto pero casi sin notarlo hemos ido ganando en conciencia ecológica y así iremos ganando en “conciencia acústica”, seguro que sí, es tan solo cuestión de tiempo.

Autora: Nuria de Madariaga
Fuente: elpueblodeceuta.es (10/09/11)

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